“La tarde consumió su luego fatuo
sin carne, sin pecado, sin quizás
las noches se agavillan como aves
a punto de emigrar.
Y el mundo es un hervor de caracolas
ayunas de pimienta, risa y sal
y el sol es una lágrima en un ojo
que no sabe llorar.
Tu espalda es el ocaso de septiembre,
un mapa sin revés ni marcha atrás,
una gota de orujo acostumbrada
al desdén de la mar.
Y al cabo el calendario y sus ujieres
disecando el oficio de soñar
y la espuela en la tasca de la esquina
y el vicio de olvidar”.