«Había sido la última oportunidad.
Ahora lo sabía.
De todos modos, pensó, hubiera podido ahorrarme
la humillación de la llamada y el último diálogo,
diálogo de mudos, en la mesa del café.
Sentía en la boca un sabor a moneda vieja
y piel adentro una sensación de cosa rota.
No solo a la altura del pecho, no… en todo el cuerpo:
como si las vísceras se le hubieran adelantado a morir,
antes que la conciencia lo hubiera resuelto.
Sin duda,
tenía todavía muchas gracias que dar, a mucha gente,
pero se le importaba un carajo.