Entrevista al maestro Joaquín Sabina por la revista 3 puntos: Consejos de un imprudente. El genio de Úbeda habla acerca de la amistad, el amor y los placeres.
Estuvo mal, ahora se lo ve muy bien. Volvió a los escenarios, a escribir, incluso empezó a pintar. Volvió a las largas charlas con amigos. En esta, casi no quedó tema por tocar. Desde los primeros olores hasta los epitafios, pasando por la sobriedad moderada, las ex, las mujeres de los amigos, Buenos Aires. Y la dureza de un reclamo político-religioso: “Que renuncie Dios”.
El taxi va y viene por Madrid buscando la calle de Joaquín Sabina. Y ahí voy por Lavapiés, ese barrio castizo, en la zona del Rastro, rodeado de marroquíes y coreanos, cargado con dos grabadores, por las dudas. Las dudas de que los imprevistos alteren la charla con Sabina. Siempre es bueno volver a Madrid.
La casa tiene el olor de mi infancia en Palermo Viejo. Joaquín festeja, yo festejo. Sabemos que tenemos una nueva cita a fines de septiembre, cuando él, Joan Manuel Serrat, Víctor Manuel, Ana Belén y Estopa den un recital en Argentina.
Un festival mestizo en el que nadie cobra. “Nos juntamos un día con Serrat y con Víctor Manuel y nos dijimos que no podíamos hacer nada por Argentina, pero que queríamos hacer algo, porque ya sabemos que en los conciertos no se saca dinero para mejorar el Producto Bruto Nacional.
“El escenario es un terreno de nadie, que dura poco, pero lo que dura, cura de todo”.
Habla mucho más rápido de lo que uno puede pensar, su voz es menos ronca, parece ensimismada, con una extraña energía. Intento encontrar el clima de un bar en Lavapiés a medianoche. Pero son las tres de la tarde. El fotógrafo irrumpe y Jimena, la mujer de Sabina, lo espera con las maletas en la puerta. Sabina es Madrid. Y habla como lo que es: “Si tú lo has dicho”.
“Yo envidio a todos esos que se andan besando en los parques, me parecen todos unos hijos de puta. Sería yo quien debiera estar ahí”.
¿Qué olor de chico seguís recordando?
El olor a posguerra. Era un olor terrible, a desinfectante. En la posguerra, a las putas las desinfectaban, y a las calles, y a todo. Porque estaba todo sucio, viejo… Claro que nací en el 49, ya hacía dos años que se había acabado el hambre. Pero sí recuerdo esa losa aplastante que era el franquismo. Pues eso: olores a colonia barata y a desinfectante.
“Es muy excitante hacer algo que uno no sabe hacer”.
En parte por terapia, y porque es muy excitante hacer algo que uno no sabe hacer. No quiero decir que sepa cantar, pero quiero decir que he ido aprendiendo los gajes del oficio. De pintar, no sé nada. No sé dibujar. Y un lienzo en blanco es una cosa apasionante, ¿no? Hay que saber que sólo con mancharlo con unos colores, los colores van pidiendo otros colores y de eso se va armando…
“La vida sin cigarrillos es inhumana”.
¿Cómo te llevas hoy con el espejo?
Hoy no me llevo tan mal, porque como llevo un año moderadamente sobrio… Digo moderadamente sobrio porque uno no es un fanático de la sobriedad, ¿no? Hay que llevar la sobriedad con moderación. Pero ya de mirarme al espejo y verme vivo, me echo unos piropos; y luego, he engordado diez kilos, no tengo esa cara verde que tenía las últimas veces que te vi, y realmente, a los 53 años, encontrarse vivo y ver que no parece que uno se va a morir mañana, y poder tomarse un vinito y disfrutar con un amigo, pues bueno, no me llevo mal con el espejo últimamente. Me llevaba mucho peor antes.
“Una de las pocas ventajas que tiene la sobriedad moderada es verte un poquito mejor”.
¿Qué te gustaría que dijera tu epitafio?
“Yo no quería”. Aunque el mejor es el de Groucho Marx:
“Perdonen que no me levante”.
Primero se enamora la mujer y después el hombre, y es una situación casi desgraciada, porque la mujer hace el duelo de la separación con el hombre incluido, y el hombre tiene que hacer el duelo ya sin la mujer, o con la mujer que lo aborrece.
Al hombre le pasa mucho que dos meses antes ya había pensado que, a lo mejor, estaría bien dejar a esa mujer, pero de pronto lo deja ella, sin complejo de culpa y presentándole a su nuevo novio, y entonces él se vuelve a enamorar… porque somos unos imbéciles y unos pelotudos.
¿Qué hacemos con las ganas de enamorarnos de la mujer de un amigo?
Tajantemente no. Las mujeres de mis amigos no tienen culo. Me pasó una vez, tengo por ahí un amigo enfadado. No hay modo de que mi amigo entienda que ella me engañó de tal manera que me dijo que no era mujer ni novia de mi amigo… y a mí me convenía creérmelo. Pero no, realmente creo en eso machista de que hay demasiadas mujeres como para hacerle eso a un amigo.
“Las mujeres de mis amigos no tienen culo”.
Te pregunto cosas que se aguantan: una hora. ¿Qué cosas se aguantan una hora y no más?
¿Hay una edad para acabar con la mala vida o sólo hay que esperar que…?
La mala vida acaba contigo. Pero hay que prolongarla todo lo que uno pueda. Desde que estoy moderado mis amigos me dicen que van a imitarme, y yo les digo: “No lo hagáis hasta que la vida os lo exija”. No hay por qué adelantarse a los acontecimientos.
“La mala vida acaba contigo. Pero hay que prolongarla todo lo que uno pueda”.
¿Por qué te gustaría vivir en Argentina?
A pesar de que yo viajé por un montón de sitios en Argentina, siempre digo que mi amor es por Buenos Aires. Creo que tiene unas características de ciudad que sólo tiene Nueva York y ha tenido durante años Madrid. Es una melancolía de ambiente. Una insensatez colectiva. Es decir, una insensatez que hace que en mis presentaciones se llenen los teatros, que las chicas vayan vestidas como marquesas no teniendo para comer, y ese lloriqueo tanguero tan hermoso, esa melancolía de no pertenecer a ningún lugar, sino a una ciudad, y no a un país. Eso me parece maravilloso, y me identifico de una manera impresionante. Los cafés de la esquina, que cada vez hay menos. En fin, el minerío. El verso.
“A pesar de que yo viajé por un montón de sitios en Argentina, siempre digo que mi amor es por Buenos Aires”.
“El sitio del poeta es la calle”.
¿De noche?
“Inevitablemente. De día la gente vuelve del trabajo, de la obligación, del matrimonio, de la familia, del sindicato…
De noche se habla de las cosas que de verdad le importan a uno”.
“A oscuras estamos más guapos”.
¿Cuál es tu relación con el oído?
“Mis enemigos dicen que soy sordo”.
Y con el tacto, ¿cómo vamos?
“Con el tacto vamos aprendiendo. Con mucha afición”.
¿Con el olfato?
“Lo tengo arruinado”.
“La vista… Creo que veo muy bien, a pesar de que necesito gafas para leer. Pero para mí es indispensable, porque te decía que soy un buen mirador de pintura, me puedo quedar mirando tres horas un color, o un encuadre de foto en la calle, yo que no he hecho una foto en mi vida. Soy de esos que se van a sentar a La Biela a ver a la gente pasar”.
“Sí, para mí el placer más grande es sentarme en un bar y ver a las personas e imaginarme…”.
¿Con la vista?
“Me gustan mucho los sabores, un buen vinito, una buena comida, pero siempre prefiero lo que hay alrededor.
Es decir, no se me ocurre tomar un whisky o un vino solo, tiene que ser en compañía.
Me gustan los perfumes de las mujeres que no son gusto sino olfato.
Pero los labios sí son gusto”.
¿Cómo te llevas con la avaricia?
“No me llevo. La desconozco”.
¿Con la envidia? Alguna vez hablábamos de que la mala suerte es una de las pocas cosas que a uno no le envidian. ¿Cómo te llevas con eso?
Yo tengo una tremenda envidia del talento. Cuando veo ese talento que brilla tanto, realmente me babeo. Y no es envidia sana, los querría matar, pero matar para robarles, matar para robar su talento. Y además la vida me ha dado sorpresas porque cuando yo creía -como niño provinciano con boina- que cuando llegara a Madrid o a Londres me iban a presentar a Platón y a Sócrates, y no es tan así, y uno de pronto ve a grandes talentos que oyen el sonido de un euro que cae por el suelo y se tiran de cabeza, ¿no? Ese tipo de cosas defraudan, desconsuelan.
“Yo tengo una tremenda envidia del talento. Cuando veo ese talento que brilla tanto, realmente me babeo”.
¿Con la pereza?
“Me llevo muy bien. Soy uno de esos tipos que trabajan mucho para vencer la pereza, por puro cristianismo, por la necesidad de ganarme el pan con el sudor de mi frente, y por orgullo, pero realmente lo que me pide el cuerpo hoy es quedarme tumbado viendo telebasura”.
¿Con la ira?
“Puedo ser iracundo ante la burricie, ante la estupidez… Puedo serlo”.
“Me gusta más una mesa bien servida con los amigos alrededor y una buena conversación que la comida en sí, pero me encanta que la comida sea buena, aunque no la pruebe”.
¿Con la soberbia?
“Creo que soy más orgulloso que soberbio”.
Y, finalmente, con la lujuria…
“Me llevo muy bien, muchas gracias. ¿Y la familia?”.