«Gourmet de musas y caireles,
en su paleta de arlequín
moja anacrusas y pinceles
en tinta roja de carmín.
Su caramelo de tristeza
no es mal anzuelo para un pez,
en el reloj de la belleza
vuelven a dar las cuatro y diez.
De escuela mística y pagana
canta acuarelas de Dalí,
pinta novelas dylanianas,
¿quién es Abel, quién es Caín?
Menudo punto filipino
sube desnudo en ascensor,
lámpara autista de Aladino
copa de vino embriagador.
Nobleza obliga cuando hablo
de cuates a contar con él
que te lo digan Silvio y Pablo,
que te lo cuente Joan Manuel.
Si chamulláramos lunfardo
los trovadores de Madrid
mi compadrito Luis Eduardo
se llamaría Discepolín».