Ahora bien, como los sentimientos son así de traicioneros, Sabina habla de las cuestiones que le tienen atrapado y atado en torno a la protagonista de sus letras: las que le recuerdan lo peor, pero también las que le han dejado el sabor amargo en la citada relación. “Tiramisú de limón, helado de aguardiente”; pero a su vez apela a lo que le tiene embaucado: “Muñequita de salón, tanguita de serpiente”. Joaquín Sabina, por tanto, escribe sin tapujos, y habla de cómo el error en este caso tiene cuerpo de mujer. “Al borde del precipicio jugábamos a Thelma y Louise”. Un símil de ese refrán recurrente que tantas veces hemos usado, en diferentes sentidos, de que el amor es ciego. Precisamente algo muy frecuente en esos amoríos complicados, tras los cuales al menos una de las partes se da cuenta del error, lo lamenta, da carpetazo, pero es un carpetazo del que a veces se escapan algunas hojas… El tramo final de la canción habla de ese momento en el que el lindo corderito en el bote de la amante furtiva y poseedora, a la par que distante, decide plantarse. Poner fin al caso. Es ahí donde están más presente Pereza, de hecho, las voces de Rubén y Leiva son las más reconocibles en este espacio de la canción -aunque antes también aparecen-. Por cierto, Sabina y Leiva volvieron a trabajar juntos, concretamente en el tema “Por delicadeza” del disco “Lo niego todo”. Otra maravilla para los oídos.