«Ebriedad, noble don que dan los dioses
paganos ¡qué derroche el de aquel día!
otra copita más, uno sin doses,
dulce almidón de la melancolía.
Ebriedad, terca lágrima que ríe
redimiendo la muerte matutina,
antes de que la sábana se enfríe
al son de la vejez y la oficina.
Embriaguez, tan divina y tan humana,
tan luego, tan ayer, tan casquivana,
tan cana al aire de la malquerida.
Tan llave del cerrojo de las puertas,
tan niña de los ojos de las tuertas,
tan fuego en el rastrojo de la vida…