“La casa de Joaquín, junto a la plaza madrileña de Tirso de Molina, es un desván en primera persona. Tallas de madera, manos, pies, monstruos de las más variadas civilizaciones, máscaras, peces y pájaros, cuadros, esculturas de cualquier tamaño, una mesa de billar, instrumentos musicales, sombreros, un traje de matador de toros. La verdad es que en cuestión de ropa lo único que no entra nunca en sus armarios es el atuendo deportivo. A la hora de desnudarse no conoce reglas estrictas; a la hora de vestirse, sí.